Es lo que siempre había pensado - o quizás son simples excusas de mal perdedor o de poco triunfador-. El caso es que siempre he creído que cuando una persona tiene éxito, tiene muchas más posibilidades de seguir teniendo éxito, muchas más que cualquier otra persona que nunca lo ha tenido. Es un poco como si siempre triunfaran los mismos.
Por ello a menudo vemos que hay personas que han triunfado por tener una habilidad, arte o virtud, y que acaban destacando en muchos otros campos diferentes. Es aquello de " tocar muchas teclas " y encima tocarlas bien: actores que también son buenos cantantes, que pintan bien, o escriben bien, y que compran un terreno para cultivar viñas y terminan produciendo un vino exquisito valorado en todas partes o colaboran estrechamente con una ONG y consiguen llevar a cabo proyectos que parecían impensables antes que ellos participaran en la organización... Pero no acaba aquí la cosa. Tienen ideas que triunfan, tienen contactos, un aura brillante. Son personas con proyección, son como imanes que atraen la buena suerte y tienen el reconocimiento de su entorno, que los valoran muy positivamente.
Pienso que el éxito casi siempre es geométricamente ascendente- y aprovecho para remarcar que por éxito no entiendo ser millonario, vale ?-. Por un lado está clarísimo que los triunfadores son personas muy válidas, que han sabido aprovechar el momento, que se han trabajado duro y evidentemente ponen pasión en lo que hacen. Pero también es cierto que al haber triunfado, la vida les ofrece la oportunidad de probar suerte en otras cosas -oportunidades que no tiene todo el mundo-. Además, los éxitos precedentes los convierten en personas seguras, confiadas, sin miedos, que no se dejan vencer por un posible fracaso y que creen en todo momento "yo puedo hacerlo". Y la combinación de todos estos ingredientes los hace triunfar continuamente. Pues bien, todo esto que yo pensaba, tiene una explicación científica: la neuroquímica del triunfo.
Por lo visto, el éxito es un circuito virtuoso. Estudios biológicos han demostrado que el animal que ha ganado en una pelea o compitiendo por un territorio, tiene más posibilidades de ganar en la siguiente competición y esto sucede en un gran número de especies. De este análisis se podría deducir entonces que el acto de ganar facilita la victoria posterior. Pensad que para llegar a esta conclusión se descartaron otros factores como el físico de los animales y se tuvieron en cuenta sus motivaciones -como el hambre -, pero aún así, se encontraron con un efecto ganador. Este efecto relaciona la química del cuerpo y la asunción de riesgos. Por lo visto hay dos hormonas fundamentales en el éxito y el fracaso, que son la testosterona -euforia, asunción de riesgos, competitividad- y el cortisol -hormona del estrés, que provoca timidez a la hora de asumir riesgos, inseguridad y disminución de la competitividad-. Pues bien, los niveles de testosterona aumentan durante la confrontación y esto ayuda a incrementar la velocidad de reacción, la agudeza visual, la perseverancia y hace disminuir el nivel de miedo y de temores. Y resulta que cuando la pelea termina, el vencedor tiene los niveles de testosterona aún más altos que al comienzo, mientras que el perdedor sufre una baja hormonal. De ahí lo de "saborear las mieles del éxito": la vida del ganador es más dulce.
Cuando ya has ganado, entras en la siguiente competición con un nivel más alto de testosterona y eso te da una clara ventaja y hace que aumenten tus posibilidades de volver a ganar. Y este efecto ganador se puede trasladar a conductas sexuales, deportivas, laborales y en general a todo tipo de pruebas. La testosterona se convierte en un coeficiente químico de nuestra confianza personal -por ello, a priori, nos gusta apostar por las personas que transmiten seguridad-. Supongo que llegados a este punto, si no sois unos grandes triunfadores, os estáis angustiando porque pensaréis que si no habéis triunfado hasta ahora, ya nunca triunfaréis ... Pues no!. Hay maneras de romper este círculo vicioso de triunfadores que deambulan por el mundo con unos niveles muy altos de testosterona y que parece que nos ganan en todo. Sólo tienes que poner un poco de imaginación por tu parte, muchas ganas de soñar, disciplina, efecto placebo generado por un mismo imaginando todo lo que puedes conseguir, capacidad de sobreponerse a las experiencias negativas -resistencia a la frustración-, visualizar positivamente tu vida futura, muy positivamente, hasta el punto de producirte una descarga neuroquímica que aumente tu confianza.
Y además de todo esto, ir despacito, haciendo lo que nos gusta, reconociendo las cositas que SI nos salen de coña, esforzándonos. De manera que los pequeños logros cotidianos nos hagan entrar en la rueda de recompensas positivas y el nivel de nuestra testosterona vaya aumentando y nos haga sentir mejor dentro de nuestra piel.
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