Ya está aquí, un año más, ese tiempo de hogares adornados con campanas y guirnaladas, abetos decorados con bolas de colores, calles iluminadas, celebraciones familiares, comilonas y anuncios de juguetes y perfumes.
Si, ya está aquí y un montón de gente ya está temblando porque la Navidad no es precisamente su mejor época, por muchos y distintos motivos: porque están lejos de la familia, porque hay familiares que ya no están, porque no tienen trabajo - ni dinero- y saben que van a pasarlo mal al no poner regalar a sus hijos todo lo que quisieran, porque son padres separados y no van a tener a sus hijos en esos días especiales, porque acabas de romper con tu pareja, porque no te gusta el consumismo desmesurado y la mercantilización de la Navidad, porque encuentras que no hay motivo para celebrar nada, porque odias las cenas de empresa navideñas y el maldito amigo invisible o directamente porque no te gusta la Navidad.
Si, ya está aquí y un montón de gente ya está temblando porque la Navidad no es precisamente su mejor época, por muchos y distintos motivos: porque están lejos de la familia, porque hay familiares que ya no están, porque no tienen trabajo - ni dinero- y saben que van a pasarlo mal al no poner regalar a sus hijos todo lo que quisieran, porque son padres separados y no van a tener a sus hijos en esos días especiales, porque acabas de romper con tu pareja, porque no te gusta el consumismo desmesurado y la mercantilización de la Navidad, porque encuentras que no hay motivo para celebrar nada, porque odias las cenas de empresa navideñas y el maldito amigo invisible o directamente porque no te gusta la Navidad.
Y, ¿cómo puedes sobrevivir a la Navidad si está presente en todo lo que te rodea?. Pues la clave está en saber mantener el equilibrio. Si. Encontrar un término medio que te permita llegar a enero fiel a tus principios pero sin necesidad de convertirte en el Sr. Scrooge.
Es decir, reúnete con familiares o amigos - no es necesario ser huraño-, disfruta de su compañía, pero tampoco hace falta que te llenes la agenda sin dejar un sólo hueco libre. Aprendre a decir que no.
Come. Cómete la escudella de la mami que estamos de acuerdo que es inigualable. Y los canelones también. Y si te apetece -sólo si te apetece- invita a alguién a tu casa, pero cocina la cantidad de comida adecuada. No despilfarres. No hace falta que compres el turrón más caro del mundo. No llenes la nevera y el congelador como si fueras un oso a punto de invernar ni cometas más excesos de lo estrictamente necesario -tu salud, tu bolsillo y tu silueta te lo agradecerán-.
Regalos sí, pero sin arruinarte: no compres regalos por encima de tus posibilidades, así que márcate un presupuesto y no te salgas de él. Quién te quiere, conoce tu situación económica y agradecerá tu pequeño esfuerzo y quién no te quiere, no se merece que dejes tu cuenta corriente en número rojos. El amor no se demuestra con regalos caros que no te puedes permitir. Y en cuanto a ti, permítete un capricho, pero márcate un límite - y si puedes, mejor te esperas a las rebajas que apenas faltan unas semanas-.
Y sobretodo, sean cuáles sean tus circunstancias, no le des más importancia a la Navidad de la que realmente tiene: no te amargues pensando que tus Navidades no serán como las que aparecen en los anuncios. No pretendas que todo salga bien o que los días de fiesta sean perfectos. No te fuerces a ser más feliz de lo normal porque la felicidad, querido amigo, no funciona así. Aunque los días festivos aparezcan señalados de rojo en los calendarios, son días igual a todos los demás días del año. No te tortures ajustándote a un esterotipo que quizás no va contigo. No te castigues si este año tu situación no es la de siempre. Acepta los cambios -da igual si es Navidad o no- porque la vida sigue.
Y si actúas así, si eres capaz de conservar tu objetividad sin atormentarte ni exigirte más de la cuenta sólo porque es Navidad, podrás aprovechar estos días para descansar, relajarte, disfrutar con los tuyos sin las prisas de siempre y llegar a enero con las pilas recargadas.
Regalos sí, pero sin arruinarte: no compres regalos por encima de tus posibilidades, así que márcate un presupuesto y no te salgas de él. Quién te quiere, conoce tu situación económica y agradecerá tu pequeño esfuerzo y quién no te quiere, no se merece que dejes tu cuenta corriente en número rojos. El amor no se demuestra con regalos caros que no te puedes permitir. Y en cuanto a ti, permítete un capricho, pero márcate un límite - y si puedes, mejor te esperas a las rebajas que apenas faltan unas semanas-.
Y sobretodo, sean cuáles sean tus circunstancias, no le des más importancia a la Navidad de la que realmente tiene: no te amargues pensando que tus Navidades no serán como las que aparecen en los anuncios. No pretendas que todo salga bien o que los días de fiesta sean perfectos. No te fuerces a ser más feliz de lo normal porque la felicidad, querido amigo, no funciona así. Aunque los días festivos aparezcan señalados de rojo en los calendarios, son días igual a todos los demás días del año. No te tortures ajustándote a un esterotipo que quizás no va contigo. No te castigues si este año tu situación no es la de siempre. Acepta los cambios -da igual si es Navidad o no- porque la vida sigue.
Y si actúas así, si eres capaz de conservar tu objetividad sin atormentarte ni exigirte más de la cuenta sólo porque es Navidad, podrás aprovechar estos días para descansar, relajarte, disfrutar con los tuyos sin las prisas de siempre y llegar a enero con las pilas recargadas.
Venga, que por mi no sea... ¡Feliz Navidad!
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