Es lo que siempre había pensado - o quizás son simples excusas de mal perdedor o de poco triunfador-. El caso es que siempre he creído que cuando una persona tiene éxito, tiene muchas más posibilidades de seguir teniendo éxito, muchas más que cualquier otra persona que nunca lo ha tenido. Es un poco como si siempre triunfaran los mismos.
Por ello a menudo vemos que hay personas que han triunfado por tener una habilidad, arte o virtud, y que acaban destacando en muchos otros campos diferentes. Es aquello de " tocar muchas teclas " y encima tocarlas bien: actores que también son buenos cantantes, que pintan bien, o escriben bien, y que compran un terreno para cultivar viñas y terminan produciendo un vino exquisito valorado en todas partes o colaboran estrechamente con una ONG y consiguen llevar a cabo proyectos que parecían impensables antes que ellos participaran en la organización... Pero no acaba aquí la cosa. Tienen ideas que triunfan, tienen contactos, un aura brillante. Son personas con proyección, son como imanes que atraen la buena suerte y tienen el reconocimiento de su entorno, que los valoran muy positivamente.
Pienso que el éxito casi siempre es geométricamente ascendente- y aprovecho para remarcar que por éxito no entiendo ser millonario, vale ?-. Por un lado está clarísimo que los triunfadores son personas muy válidas, que han sabido aprovechar el momento, que se han trabajado duro y evidentemente ponen pasión en lo que hacen. Pero también es cierto que al haber triunfado, la vida les ofrece la oportunidad de probar suerte en otras cosas -oportunidades que no tiene todo el mundo-. Además, los éxitos precedentes los convierten en personas seguras, confiadas, sin miedos, que no se dejan vencer por un posible fracaso y que creen en todo momento "yo puedo hacerlo". Y la combinación de todos estos ingredientes los hace triunfar continuamente. Pues bien, todo esto que yo pensaba, tiene una explicación científica: la neuroquímica del triunfo.