Pues no. Ya no somos cómplices. Y probablemente jamás volvamos a serlo.
Porque ya no nos hacen gracia las mismas cosas. Ni sincronizamos nuestras miradas al evocar los mismos recuerdos antes de estallar en carcajadas. Ya no reímos juntos. Ya no me gustan tus silencios. Y en tus palabras de doble sentido ya no vislumbro atisbo alguno de ironía elaborada: sólo observo en ellas maldad. Y envidia mal disimulada.
Ya no me atrae tu manera de moverte por el mundo cómo si todos te debiéramos algo. Tus comentarios están siempre fuera de lugar y tus bromas no me parecen graciosas. Discrepo de todas tus opiniones, de todos tus pensamientos y de tu facilidad para traicionar. No me gustan tus ideas, ni lo que lees ni lo que escribes.
Ya no soporto tus manos de uñas mordidas. Ni el tono de tu voz. Ni cómo abres la boca al sonreír, mostrando tu insignicante campanilla rosada. Tampoco me gusta tu piel lechosa salpicada de lunares. Ni tu mirada acuosa. Ni tu pelo ensortijado que siempre parece seco aún cuando estés nadando en el mar. No me gusta tu olor. Ni tus vestidos.
Ya no me gustas más.
Ya no somos cómplices y no volveremos a serlo jamás.
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